Roberto Sánchez, Sandro para todos, no fue un artista distante. Aunque se consolidó como uno de los mayores ídolos de la música argentina, cultivó amistades reales y profundas con Rosario.
Entre ellas, se destacó la relación con Alberto J. Llorente, el recordado conductor y exrepresentante: juntos conversaban largo sobre el oficio, los escenarios, la música y la vida. AJ ha recordado esos momentos con afecto y detalle en reiteradas oportunidades.

Rosario no fue para Sandro un punto de paso, sino un espacio de pertenencia y aprecio. Según recordó Llorente, Sandro “tocó mil veces en Rosario”, desde sus días con Los de Fuego en recintos como el Patio Cervecero de Echesortu hasta escenarios mayores, como el Gigante de Arroyito.
El gitano acostumbraba a estrenar espectáculos en Rosario antes de llevarlos a Buenos Aires. Se refería a la ciudad como su novia, una metáfora de cariño profundo y simbólico. Esa cercanía se ha mencionado en exposiciones sobre su vida y obra y fue resaltada por quienes lo conocieron de cerca.

El vínculo con Rosario también tenía un componente emocional y cotidiano. Sandro permitía inéditos acercamientos a su vida personal, incluso admitiendo a pocas personas en su casa. Sandro y Llorente compartieron largas charlas, respeto mutuo y afecto genuino.
Vale destacar además que Sandro encontró en localidades cercanas como Funes y Roldán lugares ideales para descansar. Allí se refugiaba en escapadas cortas: buscaba el silencio, un entorno distendido, lejos del bullicio de la fama, para reencontrarse con su inspiración. Esa elección dice mucho de su necesidad de intimidad.

No fue habitual ver esa dimensión personal del ídolo del público masivo. La mayoría lo recuerda sobre los grandes escenarios, la pasión del público y el despliegue del show. Pero esa otra faceta —cercana, afectiva, vinculada a un descanso consciente— es igualmente valiosa para comprenderlo en profundidad.
Sandro no era una estrella intangible, sino un hombre sensible que interactuaba con respeto y valoraba la amistad. Esa dimensión emocional queda reflejada en recuerdos que aún emocionan a quienes los escuchan.

Hoy, cuando exposiciones como “Yo, Sandro” recorren museos y centros culturales, quienes lo vivieron recuerdan esa mezcla de lejanía de Hollywood y cercanía humana. Sandro supo ser ídolo y compañero, estrella e inspiración silenciosa. Y Rosario fue parte clave de esa historia íntima.